Le esperaba cada noche allí sentada en la incómoda silla. A las nueve realizaba siempre el mismo ritual, sacaba de su baúl un viejo vestido amarillento y agujereado por los mordiscos del tiempo y los ratones y se vestía con él. Se desnudaba lentamente ante el espejo y antes de ponerse el vestido se observaba largo rato deteniendo su mirada en cada una de sus imperfecciones. Sin duda, tiempo atrás aquel fue un bello vestido, ahora la cola eran ya sólo jirones de tela y el brillo de la pedrería sólo era un recuerdo. Con un puntapié apartaba la ropa interior de su camino y ni siquiera se molestaba en calzarse. Se sentaba ante el espejo roto que le desfiguraba el rostro, y aún así conseguía pintarse con precisión los labios de rojo intenso para luego aplicarse el colorete con la misma intensidad.
Aquella ropa y aquel maquillaje la dotaban de una apariencia ridícula y melancólica a la vez, pero era como le había ordenado su amo que le esperara.Así empezaba su noche, tenía como obligación aguardarle hasta el alba pero rara vez él llegaba.
En esas largas horas la muchacha se ponía a pensar mientras se contemplaba en el espejo y cada noche suspiraba "Si fuera más hermosa, vendría".